Son tiempos difíciles. Según una parte, minoritaria, estamos sumidos en un plan mundial diseñado por élites poderosas que busca, en último término, una reducción drástica de la población mundial, especialmente los ancianos, pues el mundo tal y como evoluciona «no es sostenible».
La otra parte, la gran mayoría, cree honestamente que un virus de procedencia no confirmada (de China, sí, pero no se sabe si de un laboratorio o de un animal) se ha extendido por todo el mundo matando a millones de personas y por ello los gobiernos han tenido que tomar medidas extraordinarias con de leyes para cerrar a la gente en casa, impedir la movilidad, obligar al uso de mascarillas al 100% de la población… y ahora, casi un año después, además con (casi) obligatoriedad de vacunación masiva y urgente.
Es imposible que las dos cosas sean ciertas a la vez, de modo que una parte, o miente, o desconoce qué está ocurriendo.
Como alma libre desde hace años, dudo de todo, y más, cada vez más, de los poderosos, de los que controlan el relato, de los dueños de los micrófonos, tanto en los medios de comunicación como en los parlamentos, de los que me dicen que hay que hacer algo «por mi bien», «por el bien de los demás», «por la salud del mundo», por supuesto sin análisis complejos para gente madura, porque sí, porque lo dice «la ciencia» o los expertos… de esos cada vez me fío menos.
Pero el caso es que hemos llegado a un punto en el que la gente, en general, no quiere líos, no quiere cuestionarse esas grandes verdades que llegan, no saben muy bien por qué, desde los medios y los poderes políticos y económicos, de modo que el que sale a la calle a decir: ¡Ojo! ¡Igual nos están mintiendo!, es tachado de «paranoico», de conspiracionista y de muchas cosas más, sin llegar a hacerse las preguntas correctas para saber si es así o no. Quizá estamos en una fase de la historia que podríamos llamar perezosa, algo así como «no me líes, total, qué más da que sea verdad o no». «Ponte la mascarilla, vacúnate, obedece, que nadie se ha muerto por ello». Y la posible verdad pasa a un segundo plano frente a la comodidad de no armar jaleo, frente a la posibilidad de atisbar que igual nos están engañando…
No puedo jugarme la vida asegurando que es una gran mentira la de los poderosos, pero sí puedo decir que cuanto más leo, cuanto más investigo, más me parece que estamos entrando, mansos como corderos, en la granja de Orwell. Sin preguntas, sin cuestionamientos, sin mirar a los lados… y me entristece pensar que ese es el mundo que vamos a dejar a los que vienen detrás.
¿Qué hacer? Pues cada uno lo que considere más adecuado a la luz de su conocimiento, pero creo que, como muy pocos se cuestionan ciertas verdades, poco a poco esta sociedad irá convirtiéndose, desde un maravilloso grupo de individuos libres, en una amorfa masa acrítica, lo que conduce irremediablemente al peor totalitarismo, el totalitarismo aceptado.