Garabandal

Dos de julio, domingo, viaje de vuelta desde Bilbao, con la calma, hacia Galicia. ¿Y si pasamos por Garabandal? Habíamos oido muchas historias, leído otras tantas, pero lo mejor es conocer los sitios, vivirlos personalmente, para poder opinar con algo más de criterio. Y para allí que nos desviamos desde la A8, la autovía del Cantábrico. No es mucho desvío, como media hora larga. Ya encaminados, mi copilota, en el coche y en la vida, me iba leyendo la historia de las apariciones y resulta que el primer día que la Virgen se aparece a las videntes era un 2 de julio, justo como el de hoy, y se cumple el 62 aniversario de la primera, en 1961. Vaya, ¡qué suerte!, pues a ver si aquello está a rebosar, pues nos sa igual, seguimos hacia allí tras confirmar que había misa a la 1 de la tarde.

Llegamos sobre las 12:20. Es un pueblito minúsculo, San Sebastián de Garabandal. La carretera, bien asfaltada, serpentea desde el majestuoso valle del Nansa y se empina al final, ya llegando. Aparentemente, la carretera acaba en el pueblo, por lo que los coches de peregrinos, curiosos y rezadores se acumulan en la pequeña plaza junto a la Iglesia y en los laterales de la entrada al lugar. Tras aparcar como buenamente podemos (luego, el coche estaba mucho mejor estacionado que el caos de coches que vino más tarde) nos acercamos a la Iglesia, adornada en la fachada con una lona de la Virgen con la sagrada hostia en su pecho, una preciosa imagen que no conocía. En una segunda reflexión, más de publicista, pensé que era preciosa por su simplicidad. La Virgen y la Eucaristía, la Virgen y «su Hijo» en forma de pan en el mismo sitio donde estuvo los primeros 9 meses de vida en la tierra. Una imagen sencilla pero enormemente poderosa. Más adelante, en la homilía, entendí el por qué de la imagen, pues uno de los grandes mensajes de Garabandal es la Eucaristía.

La Iglesia estaba a medio llenar y aún faltaba más de media hora para el comienzo de la Misa. Un confesionario echando humo con penitentes en cola, preparativos para la liturgia, personas de todas las edades llegando y buscando sitio. Cuando faltaban como diez minutos y ya no cabía nadie más dentro, aparecieron unas sillas metálicas, tipo bar, y la gente, con aparente normalidad, las fue desplegando por el atrio (bajo la lona de la Virgen) hasta llenarse también. Una humilde pantalla de televisión y un muy buen sonido ayudaban a los fieles del exterior a seguir la ceremonia.

El interior de la Iglesia es muy sencillo. Es casi una ermita, sobre veinte metros de fondo y diez de ancho. Sin distancia entre los bancos y el altar. Un pequeño coro de madera al fondo de la Iglesia ayuda a rematar el aforo, que puede rondar las 100 personas. Imágenes de la Virgen (del Carmen, otra más con la sagrada hostia en el pecho…), de San Sebastián, un cristo en un lateral, angelitos, y un retablo sencillo rematan una edificación de piedra sencilla.

En la imagen posterior se puede ver parte de la Iglesia con la lona de la Virgen en primer plano, en la salida de la Misa, algunas de las sillas metálicas ya recogidas y la minúscula pantalla de televisión para los del exterior.

Como había salido para confirmar que el coche estaba bien aparcado, coincido con el señor cura, yo caminando hacia la Capilla y él entrando en coche en el pueblo. De modo tierno pero muy práctico, un vecino que coincide conmigo en el lateral de la carretera me avisa para que retroceda un metro más «porque el señor cura conduce así así…» y agradezco el metro de seguridad al notar el pilotaje de don Raimundo, que acierta más o menos al acceder a la calleja y consigue aparcar en «su sitio» reservado junto a la Iglesia, delante de la tiendita de alimentos y regalos.

A las 13:00 h. empieza la Misa, puntual. Cánticos tradicionales, rigor litúrgico, piedad silenciosa dentro y fuera, y la gran presencia del párroco celebrante que, a pesar de su mala conducción automovilística y la aparente debilidad de una edad avanzada, nos sorprende con una voz potente y serena, con frases muy bien enlazadas para, tras la bendición inicial, hacer referencia al aniversario de los acontecimientos ocurridos 62 años antes en «esta humilde Iglesia de Garabandal». Y nos cuenta resumidamente la historia de las cuatro videntes, las apariciones, primero del Arcangel San Miguel y luego, ya todos preparados, las de Nuestra Señora, muchas, de diverso tipo y para los del pueblo y los de fuera, para incrédulos y creyentes, con milagros como la visibilización de la sagrada Hostia en la boca de una de las videntes o la marca para siempre en el pinar cercano al pueblo. Y nos recuerda a todos, especialmente a los lugareños, la paz que hay que tener para que la Iglesia reconozca todo lo vivido. Sin prisa, porque «¿qué importa la urgencia?, nosotros ya lo creemos, no hay necesidad de correr, lo primordial es querer a la Virgen y amar al hermano, que es lo que nos pide la Virgen».

En una homilía larga el párroco insiste en la idea principal: Eucaristía, amor a Cristo a través de la Virgen y humildad para no perder el mensaje recibido, con toques concretos a los habitantes del pueblo del estilo: «tras más de cincuenta años aquí, os ruego que mantengáis el espíritu del mensaje, no dejéis que Garabandal se convierta en un mercado de souvenirs y regalitos».

Algunos cánticos en latín, consagración, comunión masiva y acción de gracias con el 90% arrodillado, tanto dentro como fuera. Canto del Ave, Ave, Ave María pero con la letra cambiada, en lugar de «Fátima y Cova de Iría», usando el «Garabandal y Madre Mía». Cierre con el Salve Regina.

Ortodoxia, piedad y eucaristía. La mejor combinación para un domingo de vuelta de un viaje que recordaremos, tanto por la boda de Gueñes, cerca de Bilbao (eso será para otro post, porque fue un sacramento precioso, con novios comprometidos, nuevos amigos de Mallorca, discursos profundos y sana diversión juvenil), como por nuestra parada en Garabandal gracias a la inspiración de la Virgen, un dos de julio. Laus Deo.

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