Política

Enero 2019.

Para reflexionar. Casi nunca lo hago. Tiendo bastante al maximalismo. Me gusta, lo compro. Tras varios años muy pegado a donde se hace, de verdad, la política, cerca de los centros de decisión (sin llegar a sentarme en el sanedrín), te das cuenta de que al final esa «política real» es un plan solo pensado para seguir un día más allí.

Hay ideas, más bien pocas; se piensa en las personas, en la medida que votan; se procura mejorar la vida de la gente, pero siempre con el plazo electoral y una estrategia que rezuma partido, sea a favor del propio o a la contra de ajenos. Sin culpas, sin reproches. Es inevitable, está montado de ese modo. Si no repites no puedes seguir haciendo el «bien común» ni mejorando la vida de la gente.

Y al otro lado, Juan Pueblo, se desloma (más o menos, hay de todo), desconcertado, sin tener muy claro, con cara de capullo, si entrar al juego de vivir del cuento del dinero público (subvenciones, ayudas, desgravaciones, asociaciones chillonas, sindicatos, desvalimientos y funcionariados varios…) o seguir currando por sí mismo para labrarse un futuro como le dice su cabeza y su corazón (cada día menos, porque le aumenta la cara de tonto mirando a algún vecino jeta, a algún conocido sin oficio ni beneficio pero «cobrando el noséqué» o algún inmigrante también jeta…)

En fin. La política. Tan necesaria y tan… gastada. No extraña que de vez en cuando aparezcan «despertadores de sosos», sea a izquierda o derecha, que digan verdades sencillas (sí son fáciles de aplicar, no seamos bobos) que mucha gente, harta del sosismo profesional subvencionado, compra sólo por desfogarse.
Total, que me engañe uno más, pero por lo menos no me lían siempre los mismos…